Director sueco nacido en la ciudad de Lidingo. Es el responsable de la magistral, Déjame entrar (2008), sin duda, una de las mejores películas de terror que nos brindó el siglo XXI, y de El Topo (2011), cine de espías en estado puro. Casualmente o no, estos dos films remiten a seres que viven alejados de la luz. Uno se aleja por el momento del día en el que puede vivir, el otro vive escondido, bajo tierra. Vampiros, que traicionan la mortalidad. Espías que traicionan a su país y a sus compañeros. En ambas películas, Alfredson narra, pero sus películas son ante todo descriptivas. Le interesa cómo es ser una vampira adolescente o cómo era ser un espía en Londres durante la Guerra Fría. Pero no son las peripecias las que fascinan a Alfredson, es la sangre en la nieve, es el refugio del poder de la inmortalidad en un momento de la vida en que todo es extremo; es el cigarrillo constante, los trajes color habano, el cruce fugaz de sentimientos e ideas que se juegan pasionalmente bajo burocracias cerebrales. Antes de sumergirse, de entrar en esos mundos, Alfredson dirigió televisión y tres películas, Bert, the last virgin (1995), sobre un adolescente de quince años que quiere perder su virginidad no sólo por lo antedicho sino porque además está convencido de que se va a morir pronto; Office Hours (2003) y Four Shades of Brown (2004). El Alfredson anterior a hacerse internacional, para observar a la sociedad sueca, apelaba al humor enrarecido, alejado de lo festivo. Ya estaban en su mirada la oscuridad y las incógnitas, el marrón es un color que va en camino de confundirse con el negro. En su cine, aunque haya humor, siempre están el dolor y la angustia de ya no ser o, peor aún, de ser.
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